Neil, mi sobrino inaguantable, se ha encaprichado con Candy. Llegó al punto de engañarla para llevarla a una de las residencias de los Andrew. Yo apenas pude adivinarlo al saber en qué dirección iba el automóvil que la llevaba, y fui tras ella. De nada sirvió. Mi automóvil se descompuso y tuve que seguir a pie, todo el camino preocupándome por lo que podría pasar. Afortunadamente, Candy escapó de Neil y me encontró a mitad del camino. Estaba muy alterada, no sólo por la rabia hacia Neil, también por el hecho de que la hayan engañado haciéndole pensar que era Terry quien la esperaba.
Hice lo que pude por tranquilizarla. Ella temblaba y la envolví en la única manta que tenía. La abracé y le di un beso en la frente. Al hacerlo, me di cuenta de que ella llevaba el medallón de los Andrew. Al preguntarle por él, me dijo que es su amuleto. ¿Quién me iba a decir a mi, hace diez años, que mi medallón le iba a servir de amuleto a aquella chiquilla pecosa? Aún recuerdo el disgusto que le causé a mi tía cuando le dije que había perdido el medallón.
Para Candy, el hecho de que yo haya dado con ella es una muestra de lo bien que funciona su amuleto. Me emociona pensar que Candy me considera de buena suerte.
Pasamos la noche a la intemperie. Candy consiguió dormir un poco, pero yo no. No sé si era el frío de la noche o la cercanía con Candy, pero yo no dejaba de temblar. Volvimos a Chicago por la mañana, cansados y entumecidos. No sé cómo Candy tuvo ánimos de ir a trabajar.
Esto no habría ocurrido si Terry no hubiera desaparecido. Siento lástima por Terry, porque su carrera se ha venido abajo y debe estar pasándolo mal, pero también siento rabia. Si es verdad que quiere a Candy, ¿por qué no viene a buscarla?
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